La consulta estaba a media capacidad, dos hombres mantenian una conversación en voz alta y una viejecita permanecia sentada con la vista perdida en el imaginario horizonte. La sala tenia las paredes pintadas de un esteril y frio verde clinica, con un suelo similar a un tablero de ajedrez, pero en el que las casillas negras estaban sustituidas por unas de una tonalidad de verde similar a la de las paredes, pero más oscura. Los dos hombres que discutian parecian representar a estereotipos completamente distintos de persona. Uno de ellos era de estatura media, delgado, piel morena, pose chulesca, y voz grave y desgarrada, y hablaba con frases cortas, tratando de sentenciar con cada una de ellas. El otro era un hombre rollizo, de pelo blanco y ojos azules, poseedor de un poblado bigote, y con una voz que parecia ser la de un profesor con largos años de experiencia docente por su forma de entonar, a lo que acompañaba un gran cuidado en la construcción de las frases que utilizaba, generalmente largas y llenas de florituras y palabras que se escapaban del registro más vulgar. Lo que mas llamaba la atención de todo aquello, además del volumen con el que hablaban, era que el uno no escuchaba al otro. Sobre todo el segundo hombre parecia ansioso de hablar, de montar una tesis sobre lo que estaban hablando, de perderse en una complicada trama de argumentos correctamente ejemplificados. El otro hacia como que escuchaba, y cuando parecía que la argumentación iba llegando a su fin, se encargaba de poner una puntilla , generalmente simple y proveniente de uno de los multiples argumentos esgrimidos por el otro señor, pero con una actitud de "toma ya, mira lo que te he dicho". La conversación fluía sin parar a pesar del desprecio mutuo que ambos individuos parecian tenerse, un desprecio educado, pero en el que se veia claro en las miradas de ambos que cada uno de los interlocutores pensaba, mientras intervenía el otro, "lo que esta diciendo este señor es una gilipollez".