
Conoces este lugar. Ya has estado antes aqui. Una eterna planicie, irrealmente árida, que se extiende más allá de la desdibujada linea del horizonte. Como unico sonido, el ahogado murmullo de un viento que arrastra un flujo sin fin de lamentos, entrecruzados hasta hacerse indistinguibles, susurrando su miseria al unísono pese a la disonante naturaleza del sufrimiento que reflejan. Sin barreras, con tu propia soledad como única compañera, el abismo se alza ante ti, desafiándote a superarlo una vez más. Lugar de metamorfosis más que de castigo, te arrastra a confrontar los demonios internos que desgarran tu esperanza, desbrozando sin piedad cada fibra de tu ser, arañando cruelmente los mismisimos confines de tu alma con el cortante filo de tu debilidad, desnudando tu esencia y reduciendola a jirones. La ausencia de color confunde tu vista, saturada por la gama de tonos grisaceos que invade tu alrededor y oprime tu pecho. Tu respiración se convierte en un jadeo, cada inspiración en una agonía al tratar de asimilar un aire en el que el hedor de la sangre que has derramado en el transcurrir de tu viaje casi puede paladearse. La obscenidad de su forma fluye de forma homogénea hacia todas direcciones, culminada por una eterea capa de nubes e iluminada por la omnipresencia de una pálida luz proveniente de ninguna parte, cuyo unico fin parece ser el de proyectar sombras imposibles con las que asediarte en tu travesía. Ni un solo resquicio de terreno amable sobre el que descansar, solo un quebrado suelo para recibir el impacto de tu cuerpo, desollando tu futil voluntad en cada caida, exponiendola a la hostilidad que impera en cada eslabón de la cadena de dolor que apresa tu existencia en este plano de la realidad.
Pero pese a su implacable adustez, no te sientes un extraño vagando por la eternidad que configura el abismo. A cada paso que das la verdad va haciendose más evidente. Lo reconoces. Este es tu hogar.